mardi, octobre 26


Mi progenitora lleva aquí unas 48 horas. En todas ellas, no ha hecho más que quejarse, por la comida, por la televisión, por la cocina, por las alfombras, por mi. Preguntar, por la televisión, por la cama, por la comida, por los ordenadores, por los muebles. Imponer, tocar, la televisión, la cocina, las alfombras, la comida. Hablar, hablar, hablar, quejarse.
Me duele la cabeza.
Y la libreta donde me gusta escribir mis desahogos está por algún lugar, quizás debajo de muchas hojas y flores rojas. Y no se da cuenta de lo mucho que me hace falta -o si, que es peor-.

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