Me voy a hacer bollera fascista y adicta a los
antidepresivos
(1) Conoces a alguien. Conoces una de las caras de ese alguien.
Pero ese alguien muestra al gran público su otra cara. Sus dos caras son
contradictorias y sabes que una de ellas es falsa. ¿Cuál? El público se ríe, le
admira por su trabajo –desde lejos-, le admira por su vida –grandes aventuras
que jamás vivió-, le admira por sus gustos –las camisetas musicales del H&M
no implican nada (bueno)-. Una periodista con miedo a entrevistar, un amigo que
no sabe quedar mal -con la focalización externa o cero-, un don nadie con aires
de grandeza –muy fácil-. ¿En resumen? La gente da asco, nada nuevo.
(2) Nunca he creído ser ejemplo de nadie. Nunca he pensado que a
alguien le pudieran interesar mis gustos. En un 99%. Y ese uno que se
te clava en la espalda cual inyección en la médula que pretende sacar
suficiente información para crear Dollys de cartón piedra. Muy prepotente, si.
(3) Sentir el apoyo cual bolsa de plástico en American Beauty
-típico- mientras arde y caen las chispas sobre ti, verlo en tus entrañas,
desde las suyas. No eres nadie, no seas orgullosa, lo van a ver cuatro gatos,
vas a fracasar y otras películas del montón.
Frustración, frustración, frustración. Va a ser el nombre de
mi hijo engendrado entre improperios, llantos y rechinar de dientes. Pero solo
mío. Tú te puedes ir a paseo.
(4) Pío pío, que yo no he sido. Pájaros que se meten en mi
platillo volador, sin querer queriendo.
(Epílogo) Y tú, cuando vuelvas de pasear me lavas el cerebro y me
vuelves a querer.
Pd: He de reconocer que me compré una camiseta musical del
H&M, de Pink Floyd, justo después de haberme pasado durante semanas rayando
el “Dark Side of The Moon”. Me redimiré de mi pecado, lo prometo.
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