Crónica de un futuro apocalipsis anunciado
Me duele el estómago. Doy vueltas y vueltas en la cama intentando evadirlo. Pero no puedo porque este desconsuelo eres tú. Una mala
comida, mal digerida, retumbando a todas horas. Intentando acabar conmigo desde
las entrañas, discretamente, poco a poco. Dueles como un puñal, como un engaño.
Sabes a frustración, desesperación y absurdo. Te mueves a tus anchas. Eres la
reina del hogar, falsamente magnánima y omnipresente reina. Eres un cabritillo
tierno atado al lobo con piel de cordero. No eres libre. Te lo crees. Lo
defiendes con uñas y dientes. Pero ni te acercas al reino de Oz. No tienes cerebro, ni corazón, ni valentía.
Es triste
pensar que todos aquellos cabritillos, sutilmente atrapados, son más felices que
tú. Que tú, que defiendes la libertad coherente. Que rompiste los estribos para
salirte del rebaño y observar desde fuera lo tristemente patético que resulta
todo este embrollo. Que te riges por el destino y el inconformismo. Maldita
hora en la que decidí creer en el karma.
Sólo hay una conclusión, fuera de todo
principio ético –porque la ética, la moral y por muy ñoño que suene, el corazón, ya no existen en mis alrededores-,
y es que la clave del éxito es una buena garganta. En todos los sentidos. Y yo ya me he empachado de escuchar la tuya regurgitar todo tipo de vocablos sin
sentido tratando de excusar tus malos actos. Y la tuya. Y la tuya. Y la tuya. Y
la tuya, por mucho que me duela.
Al infierno con todos.
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